24 de febrero de 2008

Buena ortografía

Primero que nada quiero aclarar que mi ortografía no es perfecta, ni mucho menos mi redacción. Tiendo a abusar de las comas, a adentrarme en dos o tres ideas al mismo tiempo, a despistar al lector con vueltas innecesarias o a orientarlo hacia un rumbo y terminar en otro.

Sin embargo, si algo procuro cuidar, particularmente cuando escribo para que alguien más lo lea, es la pulcritud de mi escrito. Los acentos me hacen sufrir, gracias a estos teclados globalizados que se empeñan en poner à cuando quiero escribir á, o que incluyen la ç (cedilla) en vez de darme la letra que les pido.

Lo que he notado últimamente es lo contagioso de esa indulgencia que tenemos en las últimas épocas respecto a la ortografía. Y no hablo de la gente k ezkrive azi. O de la gente que utiliza solo mayúsculas, o las mezcla con minúsculas en una misma palabra. O la que junta palabras, se come letras, etcétera. Lo que está escrito de esa forma ni siquiera lo leo. Estoy segura que hay un círculo del infierno reservado para ellos.

Me preocupan los que no saben o no recuerdan que de méndigo a mendigo hay más de un paso, que de cima a sima la distancia es abismal, que no se ponen a ver lo que debe haber. Y no hablemos del haya, halla, allá y aya, cuyo significado cambia radicalmente gracias a diferentes acentos o letras. Pero lo que me aterra es que la gente se ofende cuando lo mencionas. O bien se escudan en la típica frase: "pero me entendiste".

¿Y saben qué es lo triste? Que después de años de ver los textos de personas que proceden de muchos estratos socioeconómicos, que fueron a la universidad o que solo terminaron la secundaria, que tienen los mejores puestos en las grandes empresas o que son operadores del área de manufactura, me he dado cuenta que hay muchas, muchas personas con poca educación formal que tienen una escritura intachable: buena letra, buena ortografía, buena redacción. Y lo que más me apena es que es gente cuya educación seguramente se vió frenada por la falta de medios económicos, pero que de haber estudiado habría llegado mucho más lejos.

Estoy segura que la escritura es el reflejo fiel de nuestros pensamientos. Por ese motivo, podemos ver muchas líneas frías, calculadoras, condescendientes, así como podemos leer con placer a quien nos escribe de corazón, expresando su verdadero sentir, de forma cálida, cercana.
Pocas cosas son tan placenteras como la buena escritura.

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