23 de enero de 2008

Toledo

Editorial de Juan Enríquez, del 24 de diciembre de 2007

Hay desde luego el artista que todos conocen, que ni siquiera requiere primer nombre, es simple y sencillamente Toledo. Pero hay de Toledo a Toledo. Lástima que en México no se conozca más a gente como Gerardo Toledo...

Gerardo no aparece mucho en nuestra prensa o conciencia porque no es artista, pintor, escultor, poeta, futbolista, político, narco o actor. Al no escoger bien a sus padres cuando nació, pues tampoco heredó gran fortuna, apellido u oligopolio. Aunque veía muy poco a ausente padre, y su madre trabajaba sin cesar, lista abuela lo ponía a ver documentales de Jacques Cousteau. Le nació amor por la ciencia y el mar. Se puso a soñar, al grado que a los 14 largose a Veracruz a estudiar acuacultura.

Gerardo se esforzó y se graduó en primer lugar en su prepa. Su gran ilusión: estudiar en el Tec de Monterrey. Pero logró un promedio ligeramente inferior al esencial 9 y el TEC, para dar beca completa en aquella época, requería más. Gerardo acabó lejos de su sueño, en la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Para pagar sus estudios, trabajaba durante las vacaciones en la Ruta 1 de chilango peseros. Todo el día Izazaga-Tlalpan y vuelta. Doce a 14 horas apretujado contra hordas de humanos. Aprendió muy joven lo bueno y lo peor de nuestra especie. Trabajaba para sobrevivir y estudiar pero también aprendió lo duro que es la vida para la gran mayoría. Cuadruplicó esfuerzos.

Buscó mejores chambas. Videogrababa bodas y bautizos. Siguió estudiando, pero a diferencia de tanto mexicano talentoso, Gerardo no siguió el camino académico usual, negocios, economía, leyes o grilla. Siguió en ciencias. Y no en las ciencias tradicionales, física, química, matemáticas o biología, donde hay algunas oportunidades para académicos y emprendedores, más bien siguió estudiando lo que adoraba, el mar y la microbiología molecular. Alejandro López, profesor de microbiología, lo inspiraba y alentaba; eventualmente obtuvo trabajo en laboratorio y ganó beca que le aseguraba alimentos.

Como en aquella época no se vendían muchas computadoras en La Paz, y Gerardo quería llevar a cabo investigación cuantitativa, tomó camioncito rumbo a San Diego. Mil 700 kilómetros para raudo shopping en San Diego. También visitó el campus de la mejor escuela de oceanografía del mundo, Scripps. Vio a chamaco entrando a la biblioteca y ahí mismo decidió que algún día él sería quien entraría, mochila al hombro, a esta biblioteca. Ahí estudiaría, costara lo que costara.

En La Paz, empezó a trabajar con un investigador israelita, Yoav Bashan, ya como técnico de laboratorio. Compró su primer carrito. Bashan lo alentó a un intercambio con investigadores alemanes. Gerardo se lanzó, perdiendo su plaza, su empleo, su seguridad. Después de un año, volvió a La Paz y acabó su maestría estudiando mangles y cianobacterias. Logró cinco publicaciones, algunas en revistas internacionales clave.

Maestría en mano contactó a joven profesor de Scripps, Brian Palenik, especialista en cianobacterias. Le pidió permiso para visitarlo, sin mencionar que esto requeriría darse modesta vuelta de unos 2 mil kilómetros en su carcachita. Después de dos horas de plática convenció al profesor que si pasaba su prueba de inglés, y la prueba de ciencia, y si salían sus publicaciones (y si lograba todo esto en el siguiente mes), pues capaz que considerarían si admitirlo al programa doctoral en Scripps... Siempre y cuando obtuviera una completa beca de México.

Gerardo logró todo, lo admiten, y se topa con aquel pequeño errorcillo de diciembre al final del reinado de Saliniux. Conacyt suspendió temporalmente becas. Gerardo siguió trabajando, dando clases, insistiendo. Finalmente obtuvo una de las pocas becas otorgadas ese año. Entró al doctorado de oceanografía más competitivo de Estados Unidos. En mar de brillantes estudiantes internacionales y lo mejorcito de EU, pasó de ser uno de los estudiantes más distinguidos de su generación en México a sentirse casi idiota en Scripps. Nuevo idioma y programa académico brutalmente exigente. De 12 candidatos que entraron al doctorado en biología marina, seis tronaron el primer año. Gerardo fue el único extranjero que sobrevivió. Acabó su tesis un año antes de lo esperado y se graduó primero en su generación.

Aun hoy, muy pocos mexicanos presumen doctorado de Scripps.Casado con lista mujer, Gerardo empezó a preocuparse por cómo darle mejor vida a su hijo. Pasó de la academia a los negocios. Pero otra vez hizo lo inusual. En vez de buscar la seguridad de una gran empresa con bien establecido fondo de retiro, se lanzó a crear y construir. A trabajar en lo que tanta falta nos hace a lo largo y ancho de América Latina, una nueva y agresiva start up, Diversa.

Este fenómeno de generar de la nada, de la abstracta idea, compañía tras compañía, sigue siendo una de las mayores claves del éxito tanto de individuo tras individuo como de Estados Unidos en su conjunto. Usando exóticos conceptos, como las enzimas que operan en los estómagos de termitas, su compañía creó nuevos mercados y levantó en Bolsa de Valores unos 2 mil millones de pesos. Gerardo, con su pequeñísimo cachito, compró su primer casita en la tan cara California...

Después de unos años, nueva compañía de biología sintética reconoció a Gerardo como un científico emprendedor y creativo. Lo reclutó y ahora trabaja con un premio Nobel y varios otros prospectos de Nobel. Intenta cambiar mercados energéticos a nivel mundial, diseña aparatos que permiten encapsular, estudiar y disecar células a nivel individual, especialmente aquellas intolerantes al oxígeno.

Esto te podrá parecer un tanto abstracto, pero quizás algún día la gasolina y electricidad que uses pudieran derivarse, en parte, del trabajo de Gerardo. Quizás un agricultor de Chiapas podrá ser autónomo de Pemex. Mientras tanto, Gerardo ya compró mejor casita. Y si esta segunda compañía algún día sale a Bolsa, a Gerardo le va a ir bastante bien.Aunque trabaja día y noche, Gerardo da clases en Ensenada. Busca jóvenes con la misma ambición, jóvenes que buscan ganarse a Estados Unidos y México usando su cerebro más que su músculo, jóvenes inspirados por descubrir y crear lo nuevo.

Habrá, esta navidad, hijos e hijas más que afortunados que reciban como regalo una pintura de Toledo. Habrá otros que recibirán algo importado de China vendido en Reforma por algún torero. Pero quizás el regalo más valioso que le puede otorgar un padre a sus hijos es destacar como ejemplo lo que puede lograr un chofer de pesero. Un chofer como Gerardo Toledo cuyo lema sigue siendo "se vale soñar".

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