17 de enero de 2008

Caminata

Hace varios años ya, tuve la oportunidad de escuchar a Juan Enríquez, en un Congreso de Desarrollo Organizacional. Esa plática me impactó profundamente y posteriormente les prepararé un post con lo que dijo en dicha conferencia. Por lo pronto, les comparto uno de sus artículos:


En la India existe simpática campaña para vender celulares. Aparece en escena calle atascada de gente. Suena celular. Trajeado hombre de negocios checa, pero no es el suyo. Chofer del taxi que lleva al empresario checa el suyo, tampoco. Junto al auto un vendedor de fruta checa si será su aparato el que repica. Tampico. Finalmente, el desarrapado que vive jalando un rickshaw se da cuenta que es su celular...

Es tal la competencia en celulares que compañías se disputan clientes con ingresos menores a los de los pepenadores del Edomex. Taxis más modestos y destartalados que nuestros bochitos verdes llevan celular. Habría que preguntarse ¿cuántos de los nuestros cargan celular? En la India no hay que recordar docenas de variantes de números para poder marcarle a un solo usuario. Tampoco se escucha, una y otra vez, "estimado usuario..." (o sea ya se fregó la cosa y de nuevo no lograste comunicarte).

No sorprende que en la India exista inmenso crecimiento en negocios de cómputo, telecomunicaciones, programación. Una parte cada vez mayor de las llamadas que se hacen dentro de Estados Unidos solicitando información, saldos, aclaraciones, balances y reservaciones se contestan en la India. Hay decenas de miles de empleos. Esto no ocurre en México, donde pagamos precios irrisoriamente altos por servicios como teléfonos, carreteras, conexiones al Internet y banca. Y pa' acabarla de fregar, sobre precios récord se jinetean altísimos impuestos por consumo. No es sorprendente pues que el desarrollo de nuevos negocios digitales sea raquítico en Chilangolandia (salvo que uno sea el cuarto hombre más rico del mundo).

Si el punto de comparación sólo fuera la India, pues ok. Pero esta semana acabé en África dando un par de pláticas. Inocente yo, no esperaba competencia africana para mi queridísimo Aztlán. Pero para empezar, la aerolínea de Sudáfrica no le pide nada a nadie, en calidad, comodidad, equipo. Tampoco los aeropuertos de Johannesburgo y Capetown. Más bien, el aeropuerto africano estereotípico, donde no hay ni orden, ni seguridad, ni comodidad, el que parece bazar de ambulantes mal organizado, es el del Distrito Federal.

Vaya, uno puede adentrarse aun más, a Botswana, y los caminos son mejores que los nuestros, hay menos pobres, y es más fácil y más barato comunicarse por celular a Estados Unidos.

Son palabras mayores cuando el sur del continente más conflictivo genera países que empiezan a rebasarnos. Al igual que el gobierno de México, el de Botswana vive, principalmente, de un recurso natural, no es petróleo, son diamantes. Hasta ahí la similitud. En Botswana es noticia de primera plana cuando un ministro dispendioso cambia un automóvil que sólo tiene cinco años y 140 mil kilómetros. Quien porta un arma ilegal acaba en la cárcel 25 años. Hay muy poco crimen. Hay, como dirían los brasileños, orden y progreso.

Botswana lleva décadas de democracia real. Cada uno de los ex presidentes es un hombre respetado. No desaparecieron ni votos, ni contrincantes. Ni uno acabó siendo dueño de concesiones de teléfonos, de radio y televisión. Ni uno tuvo hermanitos, amantes, hijos ni amigos piratas. Quizá por eso nosotros, durante las últimas décadas crecimos a menos de 0.5 por ciento por año mientras que Botswana tuvo el segundo mayor índice de crecimiento económico del mundo. Mientras nosotros perdimos décadas ellos duplicaron una vez y otra su economía.

Este gobierno africano tiene suficiente confianza en sí mismo para no intentar volver monopolio la principal fuente de recursos, los diamantes. Permite la inversión privada, pero la estructura de tal manera que si los privados tienen éxito y ganancias, también el gobierno. Hay vigilancia y control real. La mina es ejemplo de tecnología, robótica e ingeniería. Usa los equipos más modernos del mundo. Quienes diseñan y operan estas máquinas y operaciones son gente de Botswana; muchos de ellos ingenieros educados en Australia y Canadá; ahora les toca a los ex alumnos exportar técnicas y tecnología. La corrupción policiaca y gubernamental es minúscula. No hay Colina del Perro, ni hay bahías completas en Manzanillo. A diferencia de tantos y tantos países, no se pierden diamantes pues.

La prioridad del Presidente es la educación. Acaba de abrir su universidad nacional de ciencia y tecnología. Sabe exactamente cuántos estudiantes tiene fuera, en qué países están, qué estudian y qué calificaciones obtienen. Mandó 8 mil 542 personas fuera el año pasado; es una de las principales inversiones que hace el gobierno. Escogen con cuidado; casi todo seleccionado se gradúa con honores. Hasta ahora regresa el 98 por ciento, no porque se les obligue sino porque quieren a su país. Y por eso, si llegaras a accidentarte en la mina de diamantes más importante del mundo, te atendería simpática doctora graduada en el 5 por ciento más alto de su generación de médicos en la Gran Bretaña. Recibió varias ofertas para quedarse en Europa. Cuando se le pregunta por qué volvió, pide, con una sonrisa, que uno conozca a su mamá. Se acerca bella viejita que lleva décadas limpiando las oficinas. La doctora comenta... este país me dio oportunidades y yo le quiero corresponder.

Botswana ha logrado todo esto pese a sufrir una hecatombe en términos de salud. Uno de cada tres adultos tiene sida. Los letreros más comunes, a lo largo de las carreteras, anuncian funerarias. No me queda claro cuáles serían las consecuencias sociales y económicas en México si tuviéramos que enfrentar semejante circunstancia. Pero en Botswana la enfermedad ha unido aun más a la comunidad. Todo funeral se vuelve acto masivo. La gente sale a apoyarse mutuamente una y otra vez. Siempre hay quien cuide a tantísimos huérfanos. Ni las compañías, ni el gobierno discriminan al contratar. Hay medicinas para quien las quiera. Hay condones para todos. La Iglesia no se entromete. Entre tanta tragedia individual, la gente mantiene su humor, su bondad y la economía crece a velocidad china.


A veces basta salir un ratito, dar una caminadita, para verdaderamente asustarse. En México, hablamos casualmente de la(s) década(s) perdida(s), de la falta de competencia, los errores de diciembre, del Fobaproa, de la omisiones y corruptelas en privatizaciones como si fueran una enfermedad crónica. Un padecimiento sin mucha consecuencia. Al vivirlo a diario, no nos damos cuenta que nos hundimos lentamente en el fango. En Botswana sufren sida, mas no sufren enfermedades incurables como el nacifismo, marinocracia, bibriescais, chuayffetitis o jacksonophobia. Olvidamos que el no crecer en algo, el no limpiar, el no educar tiene consecuencias. Olvidamos que Botswana nos va a rebasar...


Foto de Botswana obtenida en http://www.k-minos.com/

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